En mi anterior publicación en este blog expliqué la historia de cómo comencé a escribir blogs. ¿No la leíste? Y adelanté el tema en el que me voy a extender ahora aquí.
La palabra ‘blog’ proviene de la palabra inglesa ‘log’ que, además de ‘tronco’, significa ‘diario’. Por lo que, en sus inicios, un blog era un diario digital, un espacio de expresión personal. Se suponía que cada individuo iba a tener su propia parcela para contar sus cosas. Pero, claro, como toda idea humana, el concepto acabó expandiéndose y desarrollarse.
Hoy en día, inicios de 2024 cuando escribo esto, la expresión individual está limitada al capricho de los propietarios de los dominios. Y eso es normal, porque la gente es una invitada en un lugar ajeno. No se puede uno mover libremente en la casa del vecino.
Este mismo espacio en el que publico esto, no soy el propietario ni del dominio ni del alojamiento. Así que, aunque no tengo que pedir permiso para expresarme, estoy al capricho de sus propietarios. Esto ya me pasó un par de veces en Blogger, propiedad de Google, que borró dos de mis publicaciones este año pasado porque su contenido no cumplía sus reglas, es decir, su ideología. No me había pasado esto nunca anteriormente, en los veinte años que publico mis cosas en Internet.
Porque la idea original era que cada cual tuviera su propio espacio, su propio dominio y alojamiento. Esto, en este 2024, sólo lo cumple una minoría muy minoritaria. Por varias razones.
Una, porque hay que tener el conocimiento informático suficiente para configurar el aparato en el que se alojará el blog. Si el aparato no es tuyo, el propietario del alojamiento puede negarse a mantener tu blog y expulsarte.
Dos, porque tienes que tener tu propio dominio para que la gente vaya a leer tu blog. Si el dominio no es tuyo, estamos en las mismas: en manos del capricho de un tercero.
Tres, tienes que llenar tu blog de un contenido que interese leer a alguien. Aunque, hoy en día, el contenido pueden ser también imágenes o vídeos.
Cuatro, hay que saber publicitar el blog. Porque, ¿sirve de algo escribir para que no te lean? Sin embargo, esta parte está llena de obstáculos casi insalvables. En los buscadores hay que pagar para posicionarse y el descubrimiento orgánico es inexistente.
Cinco, hay que luchar contra los que no quieren que te lean. Hay empresas e individuos interesados en que la gente visite su contenido, no el tuyo. Y harán todo lo posible, muchas veces de manera oculta, para desprestigiarte y que nadie te tome en serio.
Seis, hay que saber venderse para obtener ingresos. Porque el creador de un blog tiene que comer y seguir vivo para poder publicar otro día. El todo gratis mata. Hay que aplicar técnicas efectivas de márketing para atraer audiencia.
En fin, que podría alargarme mucho más en esta,carrera de obstáculos que es, definitivamente, insalvable para la mayoría. Por eso las redes sociales han tenido tanto éxito. Son lugares cómodos en los que compartir contenido sin pensárselo dos veces. Eso sí, con todo tipo de censuras.
Por lo tanto, en estos momentos, los blogs, en su sentido original, casi han desaparecido. Ahora son lugares extraños fuera de las publicaciones periodísticas interesadas. La competencia para que no existan sitios individuales y libres es brutal. Los Estados ya han tomado cartas en el asunto y legislan para perseguir a todo aquél que no se amolde al relato oficialista. Por eso, los blogs que cumplen todas las características originales que todavía permanecen en pie son héroes de tiempos pasados, casi susurros en la red.
Lo que digo, es casi un milagro que sigan existiendo.
Y hasta aquí llego por hoy. ¿Volverás para leerme otro día? Subscríbete, si no lo estás, para saber cuando será la siguiente publicación.
Y, si compartes este post, incluso alguien nuevo podría descubrir que este blog existe. Estoy en tus manos.
Por aquí seguiremos hasta que no podamos.